domingo, 28 de noviembre de 2010

centrooooo, centroooo, el centroooo

caracol verde, anaranjado:
Managua: ciudad con dos lados, el que se destruyó con el terremoto y el que se construyó con el asentamiento desordenado de la gente;
Granada: colonial, fue capital, está situada a orillas del lago con muchos islotes, todas formaciones de la erupción del Volcán, toda tierra volcánica;
Masaya: la ciudad de las flores y el Volcán Masaya, donde descansa el recuerdo de alguien que quería ser recordado;
Laguna de Apoyo y mirador Catarina: agua cálida y visual completa;
León: ciudad que también fue capital, la primera donde triunfo la revolución sandinista;
Poneloya y las Peñitas: playas a orillas del Pacífico;
Salimos de Managua a la frontera con Costa Rica.

cayendo al mapa

caracol verde con recorrido verde: 
Guatemala city: de gente amistosa y miedo al anochecer;
Antigua Guatemala: la ciudad donde llegaron los colones, huyeron a crear Guatemala city, por la erupción del Volcán de Agua.
Lago Atitlán: Panajachel: un lago, tres volcanes, pueblos alrededor. Pana, uno de ellos, el ocaso ocurría entre los volcanes;
Santa Catarina: otro de alrededor del lago, pueblo maya con angostos pasadizos que suben, doñas que tejen y sol que parte;
Guatemala city y a la frontera con El Salvador, luego pasamos por Honduras y desembarcamos en Nicaragua.

con rumbo al sur


caracol verde con recorrido rojo:
Llegamos a DF, sin parada viajamos a 
Tulum: pueblo chico de nubes grandes y gente caliente;
Palenque: selváticamente cerrada su estructura de pueblo;
Villahermosa: la ciudad de las dos mentiras: no es villa ni es hermosa;
Veracruz: el puerto de acceso, Cortés y toda su mafia;
Tepoztlán: un pueblo que se permite el lujo de calles angostas, en principio, por su gente tan amablemente tranquila;
...ese lunar que tienes, 
cielito lindo junto a tu boca...

Cuernavaca: una ciudad dada vuelta, donde el cuartel de ejército se encuentra en la calle "Emiliano Zapata";
Guanajuato: la ciudad de los colores en la superficie y la plata en las minas;
DF (México Distrito Federal): la ciudad monstruo;
Teotihuacán: las pirámides de la Luna y del Sol;
Oaxaca: la ciudad de los dialectos indígenas;
San Cristóbal de las Casas: un pueblo tejido artesanalmente por doñas que entregaron el ámbar a los españoles;
Los altos de Chiapas, Oventic: territorio zapatista, donde el pueblo manda y el gobierno obedece;
Tapachula, frontera a Guatemala
Teotihuacán: el Sol visto desde la Luna

Tulum
  








Veracruz



Tepoztlán



Palenque

Villahermosa
Oaxaca
México DF
San Cristóbal de las Casas








Oventic

jueves, 25 de noviembre de 2010

"Yo no sé nada" de Oliverio Girondo

Yo no sé nada
Tú no sabes nada
Ud. no sabe nada
El no sabe nada
Ellos no saben nada
Ellas no saben nada
Uds. no saben nada
Nosotros no sabemos nada
La desorientación de mi generación tiene su expli-
cación en la dirección de nuestra educación,cuya
idealización de la acción, era - ¡sin discusión!-
una mistificación, en contradicción
con nuestra propensión a la me-
ditación, a la contemplación y
a la masturbación. (Gutural,
lo más guturalmente que
se pueda.) Creo que
creo en lo que creo
que no creo. Y creo
que no creo en lo
que creo que creo
«C a n t a r d e l a s r a n as»
¡Y     ¡Y      ¿A       ¿A     ¡Y       ¡Y
  su     ba       llí        llá      su       ba
   bo       jo          es           es        bo         jo
   las      las          tá?            tá?       las        las
     es        es          ¡A                 ¡A           es          es
      ca       ca            quí                    cá            ca          ca
       le        le            no                          no             le           le
         ras      ras          es                              es             ras        ras
         arri     aba         tá                                   tá            arri        aba
         ba!...    jo!...       !...                                       !...            ba!...     jo!...

lunes, 22 de noviembre de 2010

Un instante de atención

Mareado en medio del molinazo de muchas muecas marionetas, 
que mirando muy mínimo me mofa el mabrete mitigando el momento 
con marometas multicolores.

Me muero Mariano, muéstrame las mantas marrones. Mientras mas me mientes mas me muero,
ah mariano me mareas mostrando tus máximas mentiras.

que tontera Mariano que no quieras razonar, 
nunca vas a asumir que tus decisiones no sirvieron
y que estabas equivocado,
mejor murmurar bien bajito tus malogrados aciertos.

oportuna ocasión obtenemos los hombres, que holgazanean orgullosamente ornamentando su olvido.
 otro olvido,
otro olvido,
olvido ofensivo,
omitiendo los descubrimientos que nuestro cuerpo tiene por su larga evolución.

Oh Mariano, olvidaste mostrarme otro modo de vida, mas opulenta menos holgazana mientras mentías, haciendo creer que tus mantas marrones podían volar.

Oh, ¿quién soy en medio de este remolino?,
¿qué puedo hacer para no olvidar?


pluma


Santa Teresa- Costa Rica

Es curioso como una brisa puede traer en el aire una fragancia, como la puede hacer viajar por kilómetros, 
por fronteras, 
por países, 
por culturas, 
por playas, 
por personas, 
y emociones.  

La fragancia tiene una risa, 
una actitud,
un movimiento,
una historia, 
un nombre y un apellido. 

Ese perfume puede olerse en el ambiente, dejando una cálida sensación de compañía. 

Pero de esos compañeros invisibles que permiten que uno los lleve en cada paso, en la mochila o envueltos en el papel que guardo en mi bolsillo.

Hay que engarzar a la LUNA

-“Hay que engarzar a la luna”- me dijo al fin de la tarde, mientras el mar dejaba en la orilla conchas de colores. 
Era una larga caminata por la arena, que recibía las obras de arte del mar traídas con fuertes y rompientes olas; por ahí mojábamos los pies, cansados de transpirar los soquetes del camino iniciado. Con cada paso mas y mas formas de las mas diversas se nos aparecían, como si a propósito las hubieran acomodado para embellecer la orilla. 
Pasaron las horas por playa de piedras grandes, arena no tan blanca, palmeras verdes, nubes alborotadas y gentes montando olas. 
Debes en cuando, sucedía, que al agarrar un caracolito con varios colores y punta enroscada, dos ojitos desde adentro avisaban que esa casa aun tenía dueño. Un afortunado, claro, en la belleza de tanto Pacífico tiene todo lo que necesita en su hombro. Se veían corretear muchos de esos afortunados, desde el mar y en busca de alguna roca donde abandonar su morada y escoger otra mochila con que cargar, otra forma para su protección del mundo.
No podría explicar las alteraciones que en mi cerebro producían esos seres ojudos y con antenitas, que suplicaban volver a pisar la arena para seguir su viaje. Sin prisa pero sin pausa…
Con la puesta del sol, cambiaron los colores y la mezcla de selva, mar, arena y sol, conjugaban el escenario perfecto de las imaginarias ideas que produce el subconsciente humano, cuando por las distintas casualidades de la vida, un viaje te revitaliza la cabeza, un viaje transforma el crecimiento y te pausas a ver el mundo… en ese momento el viaje y el mundo se hace una idea imposible de palpar… estoy en el mundo, viendo esta playa, junto al sol, haciendo este viaje y recogiendo caracoles. En la inmensidad de un atardecer costarricense.
La verdad, solo interesaban los caracoles…
Fue el cansancio del día lo que se sentía en la tarde. Mientras el sol escondía su ocaso en las nubes, las ideas aprovechaban a brotar con la ayuda que generaban las imágenes de los minúsculos objetos de colores, con punta enroscada  o bien chatitas, de ondas cuadradas y bordes erosionados por el mar. Eran los bellos objetos de mar, que me encontraban caminando y atrapaban nuestra atención con su presencia escénica.
No podía sacar los ojos de la línea que dejaba el agua. Larga fila de pedacitos que si agudizabas la vista, lograbas recoger el mas hermoso de los caracoles que hubieras podido pensar. Buscábamos el mas lindo, a cada paso la bellaza iba adquiriendo limitaciones mas específicas, que no estuviera roto, que no fuera repetido, que no sea de los “comunes”, luego apareció el tipo de caracol que solo tiene su espalda redonda y del otro lado una boca ondulada, con pintitas, como atigrado. La ilusión de encontrar uno de esos grande, nos condujo hasta las rocas.
Un pequeño mundo de seres con antenitas y casa al hombro, descubrimos. 
No había nada mas para pensar, solo buscar color, forma, tamaño, recuerdo…
Deben habernos atravesado varios minutos, pues el sol nunca nos mostró el horizonte por donde se perdía y para esa altura la actividad cerebral tenía buena energía, haberme pasado la tarde pensando y observando solo caracoles, me libró del pensamiento.
Tenía la mente en blanco, pero sentía la actividad emocional…
Tal vez fue la identificación con el caracol que carga su vida al hombro y pasea atravesando mares, que no tiene problemas a la hora de buscar otro alojamiento e investiga las mejores opciones. Hubo uno en particular, que cargaba con un caracol ya viejo, se notaba que la casa era de muchos años antes que su veloz portador, pero él iba feliz con su elección luciente y mágica, desfilando por Santa Teresa… 
Hasta que mi compañero y yo nos encontramos mirándonos, los dos, absortos, con la humanidad encima y las manos llenas de creaciones marinas.
Habían pasado las horas y la vista siempre hacia el suelo, hablando de quien sabe cuantas formas de conchas y colores existen. Reconociéndonos afortunados, en el camino que se hace andando y que hoy  podemos andar; con lo necesario, con amor, con la noche acercándose.
Alzamos la vista y las estrellas nos enamoraron. Engarzar la luna, para no olvidar que el viaje es hasta el cielo, que no tenemos tapados los ojos y que si miras atento en una sola dirección tal vez te pierdas el ocaso y nunca entiendas como fue que la luna te encontró distraído.




Tan una, belleza del cielo terrestre, femenina luz que se siente sin mirarla, había llegado hasta nosotros mientras mirábamos el suelo…

La bajada, no es caída

   Para hablar del principio del viaje hay que contar de México, del sur de México, de los Mayas, de la zona fuerte de concentración de esa civilización. En el sur de México, en un solo estado -Oaxaca- se hablan la mayoría de los dialectos mayas, y aun mas abajo, en el estado de Chiapas, en la localidad de San Cristóbal de las Casas, se encuentran por todos lados las doñas que venden sus trabajos manuales, sus telares, sus tejidos, sus chaquetas, sus artesanías, a pocos pesos para poder comer en el día y darles una fruta a sus hijos, dependiendo de la generosidad de los turistas. Lo mismo sucede en Guatemala, los trabajos que llevan meses de preparación terminan resultando baratos por la necesidad de alimento de los nativos.

   No llegamos hasta Tikal, en Guatemala, principal sede de los mayas, porque justamente por ser extranjero, que vendría a ser sinónimo de turista, la entrada al parque histórico nos costaba muy cara. Pero conocimos muy lindos lugares de este país, sobre todo en el camino del camión.


   Llegamos a la Ciudad de Guatemala y frenamos en un hostal de los mas baratos, en una zona “aparentemente” peligrosa, pero con reconocimiento y recomendación, exclusivo para crotos, pues el mismo E. “CHE” Guevara durmió en uno de los cuartos que queda al final del pasillo izquierdo, pasando los baños compartidos. La zona es de esos lugares que después de que cae el sol es mejor quedarse dentro de la casa, donde las madres te recomiendan no hablar con extraños, en donde no se puede jugar a la pelota en las plazas, donde los problemas se resuelven con armas o sencillamente a los puñetazos. 
   Dormimos una noche en la Pensión Meza, y conocimos a una pareja de artesanos que me enseñaron a tejer un hilo encerado, un punto fácil para poder colgarme el ámbar que había conseguido en Chiapas. Nos levantamos temprano, pasamos a dejar las mochilas grandes en la terminal, y nos fuimos para Antigua Guatemala, que es la ciudad que fue fundada por nuestros amigos españoles bajo un volcán que erupcionó y los obligó a moverse más al centro. Ahí también dormimos una noche que alcanzó para perder mi billetera, con documentos argentinos, mexicanos, recuerdos, y obviamente sin dinero. De todos modos advertí la perdida una vez llegado al El Salvador, ya habían pasado unos días y nada podía hacer mas que las respectivas denuncias. 
Estas lanchas comunican los pueblos costeros del lago Atitlán

  Desde antigua fue que decidimos ir a el lago Atitlán, donde viven tres volcanes a la orilla del lago y que se llevan muy bien con el sol del atardecer. Salimos y nos enteramos que por causa de lluvias excesivas la carretera para donde nos dirigíamos nosotros estaba cerrada, derrumbe. No estábamos bien seguros de cómo llegaríamos pero que mejor que la intriga para estimular la curiosidad. Primero un colectivo de colores que nos dejó en Chimaltenango, donde tuvimos que tomar otro bus distinto, amarillo, como  los buses escolares, que después de una hora y media de viaje apretados y acomodados como se pueda nos bajó en Los Encuentros. Pensábamos que de ahí tendríamos uno directo a Panajachel, pero aún no. Todavía teníamos que ir hasta Sololá para tomar otro que nos lleve a San Jorge, desde donde ya se visualizaba el lago. Pudimos tomar un taxi, que no son los taxis que se conocen comúnmente en el mundo, sino unas camionetas que en la caja tienen una estructura de caños de los cual los pasajeros deben agarrarse fuerte y hacer equilibrio para no caer en el camino. Decidimos bajar caminando, -40 minutos van a tardar si bajan a pie, nos dijeron unos niños que miraban desde las alturas a hacia los volcanes-. 


Taxi 
   Comenzamos a caminar, hicimos dedo pero no nos levantaron, seguimos bajando. Sentimos pasos acelerados, eran unos jóvenes que bajaban corriendo y parecían apurados, pero no estaban dispuestos a seguir el camino que nosotros teníamos pensado, ellos iban a bajar por entre la montaña, ya sabían el camino. ¿Los podemos seguir?, claro, respondieron.  Pero siguieron corriendo, ehy, esperen! Vamos cargados. Resultó que por el medio de la montaña era el pasaje de todos los nativos que iban y venían con sus cargas y necesidades, trabajos y crios. Llegamos al lago, ya estábamos en la costa, pero aun no en Panajachel, aún nos faltaba tomar una lancha. 
   Una vez en ese pueblito turístico, muy distinto al resto de los pueblos que conviven a la orilla de ese lago, empezamos a buscar  a Else Marie, una francesa que no conocíamos pero que nos habían recomendado. Preguntamos en la calle, en los negocios, en los restaurantes, hoteles, y unos artesanos nos sacaron del paso. Ese mismo día sabíamos donde quedaba su casa, fuimos, tocamos timbre y no contestó nadie. Fuimos a dejar las cosas en un hostal, que los mismos artesanos nos recomendaron. Miserables nosotros? Tres dólares por los dos pagamos en el hostal “Mi Chosita”. Rustico. Pasamos tres noches.
   Al segundo día nos tomamos una lancha que nos lleve a conocer alguno de los pueblitos que rodean el lago, elegimos Santa Catarina, de callejones para arriba, para abajo, niños corriendo, un hombre durmiendo de borracho en la puerta de una casa, de doñas que trabajan sus tejidos para venderlos en los pueblos turísticos y comparten cotidianidad con los visitantes. 
   En la costa de ese lago uno puede ver como se reparten los demás muelles, que comunican a los habitantes de un pueblo con el otro, que comunican las distintas culturas, los distintos dialectos, y las mismas necesidades. Conviven en paz. Si esos volcanes, el lago, los pueblos, pudieran representar el mundo, estaríamos salvados. Nadie busca colonizar, si se cruza de un pueblo al otro es en busca de amistad o conocimiento, de aprender una técnica de tejido o negociar producciones. Existe un precio para el turista y otro para los habitantes del lugar. De eso también viven.

   Conocimos a un guatemalteco que se llama Sergio, que jugaba con fuego y no se quemaba. Se pintaba la cara y paseaba por la calle. Que en el repertorio de sus palabras estaban “bah vo´” para tuterte, “la gran patria” cuando se sorprendía, y mas muletillas. Le propusimos jugar con el, pintarnos las caras e interactuar con la gente del pueblo. Empezamos en un bar, en la puerta y seguimos por la calle principal y frenamos en un salón comedor por un poco de comida que pagamos con los frutos de ese recorrido. 
Volcán Atitlán al fondo y Tolimán al frente 

   Descansamos una nueva luna en "Mi chosita" que había empezado a ser nuestra casa de lujo, pero de esos lujos sin pretensiones de oro amarillo. Bien temprano a la mañana junto con el sol volveríamos a hacer el mismo recorrido, con los mismos trasbordo pero a la inversa.







                                                                                                                          pluma 

mariposa rococó

martes, 16 de noviembre de 2010

La Luna

Hay tanta soledad en ese oro.
La luna de las noches no es la luna
que vio el primer Adán. Los largos siglos
de la vigilia humana la han colmado
de antiguo llanto. Mírala. Es tu espejo.

JLBorges