lunes, 22 de noviembre de 2010

La bajada, no es caída

   Para hablar del principio del viaje hay que contar de México, del sur de México, de los Mayas, de la zona fuerte de concentración de esa civilización. En el sur de México, en un solo estado -Oaxaca- se hablan la mayoría de los dialectos mayas, y aun mas abajo, en el estado de Chiapas, en la localidad de San Cristóbal de las Casas, se encuentran por todos lados las doñas que venden sus trabajos manuales, sus telares, sus tejidos, sus chaquetas, sus artesanías, a pocos pesos para poder comer en el día y darles una fruta a sus hijos, dependiendo de la generosidad de los turistas. Lo mismo sucede en Guatemala, los trabajos que llevan meses de preparación terminan resultando baratos por la necesidad de alimento de los nativos.

   No llegamos hasta Tikal, en Guatemala, principal sede de los mayas, porque justamente por ser extranjero, que vendría a ser sinónimo de turista, la entrada al parque histórico nos costaba muy cara. Pero conocimos muy lindos lugares de este país, sobre todo en el camino del camión.


   Llegamos a la Ciudad de Guatemala y frenamos en un hostal de los mas baratos, en una zona “aparentemente” peligrosa, pero con reconocimiento y recomendación, exclusivo para crotos, pues el mismo E. “CHE” Guevara durmió en uno de los cuartos que queda al final del pasillo izquierdo, pasando los baños compartidos. La zona es de esos lugares que después de que cae el sol es mejor quedarse dentro de la casa, donde las madres te recomiendan no hablar con extraños, en donde no se puede jugar a la pelota en las plazas, donde los problemas se resuelven con armas o sencillamente a los puñetazos. 
   Dormimos una noche en la Pensión Meza, y conocimos a una pareja de artesanos que me enseñaron a tejer un hilo encerado, un punto fácil para poder colgarme el ámbar que había conseguido en Chiapas. Nos levantamos temprano, pasamos a dejar las mochilas grandes en la terminal, y nos fuimos para Antigua Guatemala, que es la ciudad que fue fundada por nuestros amigos españoles bajo un volcán que erupcionó y los obligó a moverse más al centro. Ahí también dormimos una noche que alcanzó para perder mi billetera, con documentos argentinos, mexicanos, recuerdos, y obviamente sin dinero. De todos modos advertí la perdida una vez llegado al El Salvador, ya habían pasado unos días y nada podía hacer mas que las respectivas denuncias. 
Estas lanchas comunican los pueblos costeros del lago Atitlán

  Desde antigua fue que decidimos ir a el lago Atitlán, donde viven tres volcanes a la orilla del lago y que se llevan muy bien con el sol del atardecer. Salimos y nos enteramos que por causa de lluvias excesivas la carretera para donde nos dirigíamos nosotros estaba cerrada, derrumbe. No estábamos bien seguros de cómo llegaríamos pero que mejor que la intriga para estimular la curiosidad. Primero un colectivo de colores que nos dejó en Chimaltenango, donde tuvimos que tomar otro bus distinto, amarillo, como  los buses escolares, que después de una hora y media de viaje apretados y acomodados como se pueda nos bajó en Los Encuentros. Pensábamos que de ahí tendríamos uno directo a Panajachel, pero aún no. Todavía teníamos que ir hasta Sololá para tomar otro que nos lleve a San Jorge, desde donde ya se visualizaba el lago. Pudimos tomar un taxi, que no son los taxis que se conocen comúnmente en el mundo, sino unas camionetas que en la caja tienen una estructura de caños de los cual los pasajeros deben agarrarse fuerte y hacer equilibrio para no caer en el camino. Decidimos bajar caminando, -40 minutos van a tardar si bajan a pie, nos dijeron unos niños que miraban desde las alturas a hacia los volcanes-. 


Taxi 
   Comenzamos a caminar, hicimos dedo pero no nos levantaron, seguimos bajando. Sentimos pasos acelerados, eran unos jóvenes que bajaban corriendo y parecían apurados, pero no estaban dispuestos a seguir el camino que nosotros teníamos pensado, ellos iban a bajar por entre la montaña, ya sabían el camino. ¿Los podemos seguir?, claro, respondieron.  Pero siguieron corriendo, ehy, esperen! Vamos cargados. Resultó que por el medio de la montaña era el pasaje de todos los nativos que iban y venían con sus cargas y necesidades, trabajos y crios. Llegamos al lago, ya estábamos en la costa, pero aun no en Panajachel, aún nos faltaba tomar una lancha. 
   Una vez en ese pueblito turístico, muy distinto al resto de los pueblos que conviven a la orilla de ese lago, empezamos a buscar  a Else Marie, una francesa que no conocíamos pero que nos habían recomendado. Preguntamos en la calle, en los negocios, en los restaurantes, hoteles, y unos artesanos nos sacaron del paso. Ese mismo día sabíamos donde quedaba su casa, fuimos, tocamos timbre y no contestó nadie. Fuimos a dejar las cosas en un hostal, que los mismos artesanos nos recomendaron. Miserables nosotros? Tres dólares por los dos pagamos en el hostal “Mi Chosita”. Rustico. Pasamos tres noches.
   Al segundo día nos tomamos una lancha que nos lleve a conocer alguno de los pueblitos que rodean el lago, elegimos Santa Catarina, de callejones para arriba, para abajo, niños corriendo, un hombre durmiendo de borracho en la puerta de una casa, de doñas que trabajan sus tejidos para venderlos en los pueblos turísticos y comparten cotidianidad con los visitantes. 
   En la costa de ese lago uno puede ver como se reparten los demás muelles, que comunican a los habitantes de un pueblo con el otro, que comunican las distintas culturas, los distintos dialectos, y las mismas necesidades. Conviven en paz. Si esos volcanes, el lago, los pueblos, pudieran representar el mundo, estaríamos salvados. Nadie busca colonizar, si se cruza de un pueblo al otro es en busca de amistad o conocimiento, de aprender una técnica de tejido o negociar producciones. Existe un precio para el turista y otro para los habitantes del lugar. De eso también viven.

   Conocimos a un guatemalteco que se llama Sergio, que jugaba con fuego y no se quemaba. Se pintaba la cara y paseaba por la calle. Que en el repertorio de sus palabras estaban “bah vo´” para tuterte, “la gran patria” cuando se sorprendía, y mas muletillas. Le propusimos jugar con el, pintarnos las caras e interactuar con la gente del pueblo. Empezamos en un bar, en la puerta y seguimos por la calle principal y frenamos en un salón comedor por un poco de comida que pagamos con los frutos de ese recorrido. 
Volcán Atitlán al fondo y Tolimán al frente 

   Descansamos una nueva luna en "Mi chosita" que había empezado a ser nuestra casa de lujo, pero de esos lujos sin pretensiones de oro amarillo. Bien temprano a la mañana junto con el sol volveríamos a hacer el mismo recorrido, con los mismos trasbordo pero a la inversa.







                                                                                                                          pluma 

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